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Video: así vivió la Ciudad de México el Día de Muertos 2025 con desfiles y turismo, origen de la celebración
Desfile monumental, millones de flores y fuerte impacto económico.
Ciudad de México vivió el Día de Muertos de 2025 como un gran escenario a cielo abierto. Desde mediados de octubre y hasta la noche del 2 de noviembre, el Zócalo capitalino, Paseo de la Reforma, Chapultepec y decenas de plazas y barrios se cubrieron de cempasúchil, catrinas, altares, música y comparsas.
La Secretaría de Cultura de la capital abrió la agenda con más de 400 actividades gratuitas —ópera, danza, cine al aire libre, recorridos y ofrendas comunitarias— y levantó en la Plaza de la Constitución una ofrenda monumental de 30 figuras gigantes dedicada a deidades mesoamericanas como Tonantzin, Cuerauáperi e Ixmucané, pieza central del circuito de visitas familiares y turísticas entre el 26 de octubre y el 2 de noviembre.
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El corazón del programa urbano volvió a latir con el Gran Desfile de Día de Muertos, que partió a las 14.00 horas desde la Puerta de los Leones, en Chapultepec, y recorrió Reforma, Juárez, un tramo de Eje Central y la calle 5 de Mayo hasta desembocar en el Zócalo. El trayecto —de aproximadamente ocho kilómetros— obligó a cierres viales escalonados y ajustes de transporte durante varias horas.
La cobertura de medios y las guías oficiales de movilidad concentraron la información de horario, rutas y alternativas para peatones y automovilistas.
En paralelo, OVIAL y dependencias locales montaron un operativo para seguridad y control de accesos en los puntos de mayor afluencia.
El desfile se alimentó de carrozas, contingentes comunitarios, bandas, marionetas monumentales, colectivos de maquillaje y talleres de barrio que estuvieron semanas preparando sus piezas.
La prensa local y cadenas nacionales informaron que participaron más de 8.000 integrantes y decenas de comparsas, con estimaciones de asistencia que se midieron por tramos sobre Reforma y el Centro Histórico a lo largo de la tarde.
Al cierre, la limpieza de vialidades y plazas quedó a cargo de cuadrillas de servicios urbanos; en años previos, las autoridades reportaron decenas de toneladas de residuos levantados tras eventos de magnitud similar, una referencia que ilustra el reto logístico de devolver a la normalidad corredores que concentran a cientos de miles de personas.
Más allá del Centro, la ciudad entera se plegó a la tradición. La UNAM montó su Megaofrenda en Ciudad Universitaria con la temática “Huellas de nuestra historia: migraciones, exilios, refugio y desplazamientos”, abierta del 31 de octubre al 2 de noviembre, con acceso gratuito y horarios diurnos y vespertinos. Facultades y dependencias universitarias sumaron altares propios, que multiplicaron la afluencia estudiantil y familiar.
Xochimilco, por su parte, volvió a ser epicentro agrícola y turístico. El Gobierno capitalino y los medios registraron una producción récord de 6,3 millones de plantas de cempasúchil cultivadas en suelo de conservación, una marca que dinamizó a productores locales y proveyó la flor emblemática a tianguis, mercados, camellones, el Zócalo y los corredores de Reforma.
El impacto se percibió también en los paseos en trajinera y en puestas en escena como “La Llorona”, que cada temporada atraen a residentes y visitantes.
La derrama económica confirmó que Día de Muertos es, además de rito y memoria, un motor de consumo. La Cámara Nacional de Comercio, Servicios y Turismo de la Ciudad de México estimó para 2025 ventas por 11.446 millones de pesos en la capital —4,2 % más que en 2024—, con picos en flores, pan de muerto, veladoras, disfraces, maquillaje, alimentos y hospedaje.
A nivel nacional, Concanaco proyectó un consumo de 49.500 millones de pesos entre el 26 de octubre y el 2 de noviembre, impulsado por la compra de insumos para altares y la movilidad turística.
En el componente estrictamente turístico, la Secretaría de Turismo federal calculó más de 1,6 millones de turistas en hoteles durante la semana de celebraciones.
La Secretaría de Turismo de la Ciudad de México, en su glosa más reciente, sitúa a la capital como epicentro cultural de estas fechas: en 2024 reportó 82 % de ocupación hotelera, 2.242 millones de pesos en derrama por servicios turísticos y 231.000 turistas en hoteles durante las celebraciones; son cifras que funcionan como línea base del crecimiento observado este año.
Comercios y panaderías replicaron esa tendencia con horarios extendidos y abastecimiento reforzado de insumos estacionales.
El modelo de gestión pública de la fiesta encadenó cultura, movilidad, seguridad y limpieza en un operativo de varias capas. La Secretaría de Cultura capitalina estructuró la cartelera; Seguridad Ciudadana y OVIAL coordinaron cortes, acompañamiento a contingentes y apoyo a peatones en ejes y glorietas de mayor densidad; Servicios Urbanos ejecutó limpieza y recolección nocturna; y Turismo promovió guías impresas y digitales de rutas y actividades.
Las dependencias difundieron indicaciones para transporte público —incluidas restricciones puntuales en Metro y Metrobús— y presentaron mapas del recorrido para mitigar cuellos de botella. El balance de prensa enumeró cierres parciales y tiempos estimados de reapertura por tramos.
La narrativa cultural que sostiene a esta movilización es antigua y, al mismo tiempo, moderna. La Unesco reconoce desde 2008 a “las fiestas indígenas dedicadas a los muertos” como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por su valor social y ritual: cada año, entre finales de octubre y principios de noviembre, se celebra el retorno transitorio de los difuntos a la tierra de los vivos, una temporada que coincide con el cierre del ciclo del maíz.
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El origen es sincrético: pueblos mesoamericanos como mexicas, mixtecos, zapotecos, tlaxcaltecas o totonacas trasladaron sus ritos funerarios al calendario cristiano de los Fieles Difuntos y Todos los Santos durante el periodo virreinal.
En la capital, una pieza reciente de esa historia es el propio desfile. La idea de verlo como procesión masiva y escénica en el Centro Histórico se popularizó tras la película “007: Spectre” (2015), que abrió con una secuencia ambientada en un desfile ficticio en el Zócalo; a partir de 2016, la ciudad institucionalizó una versión anual que hoy convoca a miles de participantes y millones de espectadores a lo largo de su ruta. Esta recreación no sustituyó la tradición doméstica de los altares, pero sí catapultó la visibilidad de la fecha y generó un nuevo dispositivo turístico-cultural para la capital.
La apropiación global del Día de Muertos —potenciada por “Spectre” y por el filme animado “Coco”— amplificó la marca cultural de México y atrae cada año colaboraciones de moda, gastronomía y espectáculos, sin que por ello desaparezcan las variantes regionales o familiares.
En Ciudad de México, el equilibrio entre la celebración íntima —los altares en casa, las visitas a panteones— y la fiesta pública —ofrendas monumentales, desfiles y conciertos— explica por qué la ciudad logra articular memoria, economía y espacio público en una misma temporada.
La edición de 2025 dejó imágenes nítidas: el Zócalo convertido en jardín de cempasúchil y figuras colosales; Reforma tomada por catrinas y alebrijes móviles; la Megaofrenda universitaria como aula abierta; y Xochimilco revalidando a sus productores con una cosecha récord.
Detrás, una logística que combinó cortes viales, señalización, voluntariado, vigilancia y brigadas nocturnas de limpieza; delante, una derrama que irrigó tianguis, mercados, panaderías y hoteles, y que reforzó la temporada alta capitalina coincidiendo con otros eventos de escala internacional. La ciudad, otra vez, hizo del recuerdo un dispositivo cívico y del espacio público un altar extendido.
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El Día de Muertos se conmemora porque, desde hace siglos, las comunidades mexicanas sostienen la idea de que, durante esos días, los difuntos regresan simbólicamente a convivir con los suyos.
Por eso los altares incluyen “lo que gustaba en vida” —comida, bebida, objetos—, además de flores, papel picado, sal, velas y fotografías. Esta relación con la muerte no es de luto perpetuo, sino de memoria activa que afirma la vida, y la UNESCO la documenta como un conjunto de prácticas enraizadas en el calendario agrícola y en sistemas de creencias que combinan herencias indígenas y cristianas.
Entre las celebraciones icónicas de la última década, el Gran Desfile de Ciudad de México destaca por su escala y su impacto turístico desde su primera edición formal en 2016, inspirado por “Spectre”.
La capital lo ha expandido con carrozas monumentales, comparsas vecinales y una ruta ya clásica de Chapultepec al Zócalo. La Megaofrenda de la UNAM se consolidó como hito académico y popular; el Zócalo, con su ofrenda monumental anual, se transformó en el mayor escaparate de intervención artística de la temporada; y Xochimilco ligó a productores y visitantes con cosechas récord de cempasúchil.
Cada pieza cumple una función: el desfile internacionaliza la fecha; la UNAM educa y convoca; el Zócalo genera pertenencia y fotografías que dan la vuelta al mundo; y Xochimilco sostiene el tejido agrícola que perfuma y colorea la ciudad.
Al cerrar la jornada, queda la constatación de que el Día de Muertos es memoria, pero también economía y ciudad. La edición 2025 de la capital unió a instituciones, barrios, universidades y productores en una coreografía que, por unos días, convirtió a Ciudad de México en una gran ofrenda viva.
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