En julio de 2011, el expresidente Álvaro Uribe denunció que su cuenta en la red social Twitter había sido hackeada. “@ayuda, mi cuenta fue penetrada por criminales por favor para recuperarla”, trinó el exmandatario. De inmediato, el entorno cibernético se revolucionó.
No era para menos, con más de medio millón de seguidores para ese momento, el senador veía en su teléfono móvil celular y en su computador cómo alguien registraba mensajes que no correspondían a la realidad de manera casi simultánea a los que él escribía en su Twitter.
Aparecieron entonces decenas de cibernautas y el asunto fue objeto de burlas en la red entre sus opositores y de preocupación entre sus seguidores. El hecho inicialmente se le atribuyó a la llamada ‘Operación Independencia’, del colectivo ciberactivista Anonymous. Sin embargo, en medio del escándalo, apareció un personaje acostumbrado a monitorear de manera permanente las redes sociales, Carlos Arturo Escobar.
Una especie de búho cibernético que advirtió todo lo que estaba pasando en la red. Por eso, sin dudarlo, Escobar buscó a un amigo cercano al expresidente Uribe y le envió una razón: “Dígale al presidente que yo le arreglo el problema en un segundo, sólo necesito que me entregue la clave de Twitter”.
En efecto, se contactó al mandatario y entregó la clave. A los pocos minutos Carlos Escobar relató que entró a la cuenta de Uribe, cambió su clave, borró los trinos indeseables que incorporó el hacker, y “desde entonces el Presidente quedó feliz conmigo, me dijo que era el mejor para recuperar cuentas hackeadas, por eso cogí fama en el círculo de los uribistas”.
Pasaron casi tres años y Carlos Escobar siguió haciendo su trabajo de manera casi inadvertida. Su relación con el mundo de la política, la farándula y el empresariado se consolidó y empezó a dinamizar en sus clientes la idea de que prestaba servicios para garantizar la seguridad informática. No obstante, para muchos simplemente era un hacker.
Pero a inicios de mayo de 2014, en pleno hervor de la campaña presidencial, empezaron a evidenciarse oscuras actividades de un mundo poco conocido. Allí aparecieron los nombres de Andrés Sepúlveda, hoy condenado y en prisión por ‘chuzar’ a negociadores del proceso de paz, entre otras gestiones y sus presuntos compinches: el español Rafael Revert y el ecuatoriano Daniel Bajaña. Y como no, tras ellos, empezó a sonar el nombre de Carlos Escobar.
De una familia oriunda de Pereira, en los años 80 se dedicó a actividades agrícolas y ganaderas en una finca en Doradal (Antioquia), hasta que en 1983 guerrilleros de las Farc secuestraron al patriarca de la familia, su padre Carlos Escobar. Pagaron el rescate y fue liberado a los seis meses.
Intimidados migraron a Estados Unidos y cinco años después retornaron a Colombia. Allí, en Miami, Escobar ratificó su aparente pasión por la tecnología cacharreando con robots de juguete y programas de computador.
A comienzos de los años 90, y con estudios en ingeniería electrónica de la Universidad Bolivariana, Carlos Escobar creó su primer negocio. Un servicio alterno de mensajes por bíper en Medellín, en donde enviaba todo tipo de comunicaciones y recibía a cambio un pago.
En 1994, y a sus escasos 21 años, regresó a Estados Unidos. En Spartanburg (Carolina del Sur) consiguió emplearse en la planta de la ensambladora de automóviles BMW. Allí se volvió experto en el manejo del sistema AS/400, especial para grandes empresas.
Escobar tomó confianza y se trasladó a Charlotte (Carolina del Norte). En 1999 creó dos compañías: una para construcción de piscinas y otra para prestar servicios de seguridad informática. “Lo mío no es el hackeo, insistió, yo prestó un servicio para evitar la vulnerabilidad de las empresas”.
En el negocio tecnológico se asoció con un ruso, un cubano y otro colombiano. Identificaban las plataformas de las empresas, ingresaban a ellas, les mostraban sus debilidades informáticas y luego le vendían “el parche” o solución al problema, como le llamaban sus socios.
En la búsqueda de clientes, los aventureros informáticos, encontraron el Bank of America, el segundo mayor holding bancario en Estados Unidos. Allí detectaron debilidades tecnológicas y accedieron a información financiera de miles de clientes, sin advertir que dicho acceso es delito federal. Para ese momento no tuvieron inconvenientes legales y la sociedad se disolvió.
Escobar emprendió otro viaje. En agosto de 2005, el huracán ‘Katrina’ destruyó Nueva Orleans. Como tenía una empresa constructora obtuvo un contrato para arreglar techos de las casas destruidas. Ganó un dinero importante y de allí se trasladó a Tampa y creó otra compañia dedicada a la construcción.
Todo marchaba sobre ruedas, hasta que aparecieron dos agentes del Servicio Secreto de Estados Unidos, quienes le informaron a Escobar que quedaba recluido en prisión por defraudar al Bank of America y acceder ilegalmente a la información de 115 millones de tarjetas de crédito.
Escobar permaneció en prisión 18 meses. Su antiguo socio, el cubano Alberto González, utilizó la información del banco, cometió fraude, se convirtió en testigo federal y los entregó. La justicia determinó que Escobar no cometió fraude, pero violó la seguridad de Estados Unidos y éste se declaró culpable.
En la cárcel conoció a otros expertos informáticos condenados por fraudes a la Nasa, Google o Yahoo, y luego de salir de prisión en 2007 se asoció con uno de ellos, un hindú, en la empresa Maverick.
Deportado, en Colombia reactivo su negocio. Vendió soluciones de redes en Venezuela, Buenos Aires y Medellín. En 2009, luego de vivir en Caracas, Escobar se casó y se metió en el negocio de las redes sociales y los portales para empresas, campañas y personajes públicos.
Su actividad consistió, inicialmente y de forma gratuita, en optimizar la información en buscadores, manejar cuentas de Twitter y Facebook, crear tendencias de personajes o empresas y hasta atacar en internet a personas si es necesario. A través de las redes empezó a conseguir contratos para personajes famosos con los que acordaba una comisión por el servicio.
Desde entonces por sus manos pasaron negocios con los ministerios de Defensa y Educación. Algunas alcaldías y gobernaciones. Políticos en busca de reivindicación social, como el entonces senador Juan Manuel Corzo. Además la exministra Gina Parody, el exgobernador Camilo Romero, la actriz Alejandra Azcárate, la modelo Carolina Cruz, presentadora Jessica Cediel y el cantante Pipe Bueno. Lo propio hizo con la filántropa Catalina Escobar. También, en varias campañas, Escobar realizó alianzas con el polémico asesor J. J. Rendón.
Adicionalmente, en 2013, recordó Carlos Escobar que el mismo expresidente Uribe lo recomendó con Francisco Santos para que le manejara las redes sociales y la página web de su campaña. “Obviamente mi trabajo era acabar con Óscar Iván en redes y lograr que hablaran mal de él. A todo lo malo de él, lo magnificábamos, lo mostrábamos, le dábamos más visibilidad”.
A finales de 2013, pocos días después de que Óscar Iván Zuluaga ganara la convención a la Presidencia por el Centro Democrático, apareció en la oficina de Escobar, Luis Sepúlveda, hermano del hacker detenido Andrés Sepúlveda, quien le propuso a Escobar trabajar en la campaña de Óscar Iván Zuluaga.
Acordaron hacer la propuesta, pero el día que la fueron a presentar David Zuluaga, hijo del candidato, le envió el mensaje a través de Lina Luna, entonces esposa del hacker Sepúlveda, quién nada tenía que hacer en esa campaña.
Sin embargo, contó Escobar en su momento, que después de las elecciones legislativas de marzo, el expresidente Uribe lo visitó en su oficina y le pidió que lo acompañara a la sede del candidato Óscar Iván Zuluaga. Allí encontró trabajando a los hermanos Sepúlveda.
Carlos Escobar reconoció para la época que hizo ataques en redes sociales a diversas personalidades. Los periodistas Daniel Coronell y Vicky Dávila. El exalcalde de Bogotá, Gustavo Petro. El senador Armando Benedetti. El excandidato Óscar Iván Zuluaga y J. J. Rendón han recibido sus masivos dardos virtuales. “Mi filosofía es que yo no tengo rabo de paja, por eso no me da miedo decir las cosas”, reiteró Escobar.
Luego empezó a ser mencionado ante la justicia por hackers. Por ejemplo, el hacker ecuatoriano Daniel Bajaña denunció que la campaña del entonces precandidato presidencial Francisco Santos había contratado un hacker con el propósito de prevenir cualquier ataque informático a su campaña. Se refería a Carlos Escobar
En 2014, uno de los trabajadores de la empresa de Carlos Escobar contó que estuvo pocos meses en la compañía al considerar que el ingeniero hacía peticiones que resultaban inadmisibles para cualquier empleado. Explicó que Escobar los obligaba a crear diariamente 50 cuentas falsas en Twitter para, según las necesidades de los clientes, efectuar ataques virtuales a quien él determinara.
El exfuncionario indicó que cuando alguien lo enfrentaba siempre lo amenazaba con destruirlo a través de las redes sociales. Uno de los trabajos para la época fue para el entonces senador Jimmy Chamorro, y aunque éste sí canceló sus honorarios, Escobar fue denunciado por no pagar sus obligaciones a subcontratistas en ese negocio.
Pasaron varios años y Escobar bajó su perfil, aunque siguió con sus actividades. Por ejemplo, fue contactado a través de una empresa de comunicación para sacar de la Internet las fotos íntimas de una presentadora de televisión que un pirata informático hurtó.
Hace dos semanas, Escobar reapareció cuando se conoció de una reunión de seguidores del senador Álvaro Uribe, quienes se juntaron para crear estrategias digitales conjuntas para contradictores, en lo que se denominó como la bodega uribista. Un asunto que generó debate a nivel nacional.
Pocos días después el periodista Daniel Coronell en su columna semanal evidenció que Carlos Escobar, es socio de la empresa Praesidium SAS constituida en 2017 con un capital de $50 millones. A finales del año pasado resultó beneficiario de un polémico contrato por $900 millones con la Agencia Nacional de Seguridad Vial, para desarrollar la campaña; “en navidad el mejor regalo es llegar bien a casa”.
Al respecto, Angela María Orozco, ministra de Transporte le aseguró a Coronell que conoció Carlos Escobar hace diez años, a través de Rafael Vargas con quien la funcionaria compartió oficina, reconoció que sabia que habia estado en prisión en Estados Unidos e informó que no debía tener problemas porque trabajaba para la embajada de ese país en Colombia, situación que negó un funcionario de esa delegación diplomática al periodista.
Por su parte, Luis Lota, director de la Agencia Nacional de Seguridad Vial, reconoció la existencia del contrato, aseguró que se adjudicó después de un proceso contractual fallido con otros proponentes y destacó que la campaña fue un éxito.