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¿Quién es Laura Sarabia, canciller de Colombia que renunció a su cargo?
La historia de una funcionaria que conoce mejor que nadie los secretos del presidente Gustavo Petro.

Laura Camila Sarabia Torres ha sido una de las figuras más influyentes, enigmáticas y controvertidas del gobierno del presidente Gustavo Petro. Su paso por la administración pública ha estado marcado por una combinación de poder silencioso, lealtad inquebrantable al mandatario y una cadena de polémicas que terminaron por fracturar su relación con varios sectores dentro del propio.
Su renuncia irrevocable como ministra de Relaciones Exteriores este jueves marcó el punto más alto y, al mismo tiempo, el cierre abrupto de una carrera política que, en pocos años, pasó de la asesoría legislativa a la cúspide del poder presidencial.
Nacida en Bogotá, Sarabia estudió Relaciones Internacionales y Estudios Políticos en la Universidad Militar Nueva Granada. Posteriormente cursó una maestría en Estudios Políticos, y fue asesora legislativa en el Congreso de la República, donde dio sus primeros pasos en la política nacional.
Su vínculo con el poder comenzó desde allí, cuando integró la Unidad de Trabajo Legislativo (UTL) del entonces senador Armando Benedetti, quien no solo fue su mentor político, sino quien la llevó directamente a la campaña presidencial de Gustavo Petro en 2022.
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Fue Benedetti quien la introdujo al círculo de confianza del hoy presidente, reconociendo su perfil disciplinado, ejecutivo y su total discreción.
Durante la campaña, Sarabia operó desde la sombra en la coordinación logística y política de los eventos clave de Petro. Su función no era mediática ni visible, pero sí fundamental. Controlaba tiempos, agendas y el entorno del candidato.
Tras la victoria electoral, fue nombrada jefa de gabinete, y desde ese cargo se consolidó como la principal operadora política del gobierno. Posteriormente fue directora del Departamento Administrativo de la Presidencia (DAPRE), lideró el Departamento para la Prosperidad Social (DPS) y finalmente fue nombrada canciller, en reemplazo de Luis Gilberto Murillo, quien había ocupado el cargo en calidad de encargado.
A lo largo de esta trayectoria, Sarabia fue ganando un espacio de poder reservado históricamente para muy pocos funcionarios. Tenía acceso directo al presidente, interlocución con todos los ministros, influencia sobre decisiones administrativas de alto nivel y control sobre múltiples agendas estratégicas.
Sin embargo, ese poder generó resistencias internas y críticas públicas por parte de miembros del gabinete y del Pacto Histórico. En el primer consejo de ministros televisado, en enero de 2025, figuras como la vicepresidenta Francia Márquez y el director de la Unidad Nacional de Protección, Augusto Rodríguez, la cuestionaron abiertamente por su forma de operar dentro del Ejecutivo.
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Márquez llegó a decir que se sentía excluida de las decisiones importantes del gobierno y pidió que “se dejara de manejar el Estado como una finca”. En ese mismo espacio, Rodríguez fue aún más directo al advertir: “Estamos cansados del poder en la sombra. Aquí no se gobierna con lealtades personales, sino con instituciones”.
La gestión de Sarabia también fue cuestionada por sus vínculos familiares. A lo largo de 2024, medios de comunicación revelaron que su hermano, presuntamente dedicado a actividades comerciales, habría tenido un crecimiento económico significativo en paralelo al ascenso de su hermana en el gobierno.
Aunque no hubo pruebas concluyentes de irregularidades, el tema provocó suspicacias en la opinión pública sobre posibles conflictos de interés o tráfico de influencias. Sarabia nunca se pronunció en detalle sobre ese caso, pero sus opositores lo esgrimieron como un símbolo de concentración de poder familiar en el aparato estatal.
La funcionaria ya había enfrentado un escándalo mayor en 2023, cuando fue señalada por su presunta participación en el sometimiento a polígrafo de Marelbys Meza, una exniñera de su hijo, en instalaciones de la Casa de Nariño, por la pérdida de un dinero en su residencia.
Aunque Sarabia negó haber ordenado esa acción, se abrió una investigación por posible abuso de poder. El episodio la obligó a retirarse temporalmente del gobierno, aunque poco tiempo después fue reincorporada por el propio presidente Petro en cargos de alta responsabilidad, reafirmando su condición de persona de confianza.
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Las tensiones en su entorno no se limitaron al gabinete. En los audios filtrados entre Armando Benedetti y la excongresista Aida Merlano, ambos coincidieron en criticarla duramente. Benedetti, quien había sido su padrino político, expresó que Sarabia había crecido “gracias a él” y lamentó que lo hubiera dejado por fuera de los círculos de decisión: “Esa niña que yo saqué de mi UTL ahora me da la espalda y cree que se manda sola”.
Por su parte, Aida Merlano la calificó como “una oportunista que se creyó dueña del gobierno”, y sugirió que había llegado a la Cancillería sin méritos diplomáticos. Esos audios desnudaron fracturas internas entre figuras clave del petrismo y dejaron en evidencia que Sarabia, a pesar de su cercanía con el presidente, no contaba con respaldo unánime dentro del bloque oficialista.
Su renuncia en julio de 2025 tuvo como detonante el escándalo por la licitación de los pasaportes. Desde la Cancillería, Sarabia impulsó la prórroga del contrato con Thomas Greg & Sons mediante la figura de urgencia manifiesta, argumentando que no existía una infraestructura operativa lista para sustituir la producción de pasaportes, cuyo contrato expiraba el 31 de agosto.
Sin embargo, el jefe de despacho presidencial, Alfredo Saade, la contradijo en público al anunciar que el gobierno no renovaría el contrato y que, en su lugar, firmaría uno con la Imprenta Nacional en alianza con la Casa de la Moneda de Portugal.
El presidente Petro apoyó esa decisión, desautorizando a Sarabia y calificando de “fraudulento” el proceso liderado por la Cancillería. Acorralada por la falta de respaldo, Sarabia presentó su carta de renuncia, alegando que “se han tomado decisiones que no comparto y que, por coherencia personal y respeto institucional, no puedo acompañar”.
A sus 33 años, Laura Sarabia se retira del gobierno habiendo ocupado más cargos estratégicos que muchos funcionarios en toda una vida pública. Su eficacia operativa y su relación de confianza con Petro la convirtieron en una figura clave para el proyecto político del presidente.
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